Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, los muertos en Beit Hanun, en el norte de la franja de Gaza, se acercan al centenar, entre ellos un número significante de mujeres y niños, lo que ya no sorprende a nadie. Es un hecho curioso y conocido que el mantenerse alejado de las mujeres y los niños palestinos aumenta en gran medida las posibilidades de supervivencia en la región. Como siempre, hemos tenido de todo: demoliciones de casas con sus habitantes dentro, adolescentes obligados a ejercer de escudos humanos por los soldados israelíes, asesinato de maestra ante su alumnado de niños de cinco años, prohibición de acceso a las ambulancias, misiles que caen por error en escuelas o sobre multitudes desarmadas o sobre familias que duermen (errar no es humano, es misil), y experimentación con armamento no convencional. Hace ya tiempo que el guetto de Gaza hace aparecer a aquél que los nazis fundaron en Varsovia como el ridículo delirio de un liliputiense; porque Gaza es un guetto, por más que algunos se resistan a llamarlo de esa manera, engañados por su tamaño. Y es un hecho, no una opinión (porque una manera muy común de marear la perdiz en este asunto consiste en tratar los hechos como si fueran opiniones, para así poder discutirlos) que el estado de Israel ha buscado y busca activa y deliberadamente la masacre de civiles palestinos, aunque de vez en cuando corone su atrocidad con teatros de condolencia e investigaciones quiméricas, un gesto de educación y cortesía sin duda heredado de los ingleses. De todo esto tenemos abundante información gráfica para edificación de las generaciones futuras, que quizá se atrevan a mirar con ojos fríos lo que nosotros nos negamos a ver: la indecible desvergüenza y estupidez de los que nos dirigen, espectadores indiferentes de un segundo Holocausto en el que sólo han cambiado las formas y el tempo, planificado y ejecutado por los descendientes de las víctimas del primero, y con el apoyo incondicional de las naciones más poderosas y la protesta vacía e hipócrita de casi todas las demás. Pero, al fin y al cabo, todo tiene su lógica. No está de moda recordar que no fueron los nazis, sino los judíos, los que inventaron la doctrina del pueblo escogido y la teoría del espacio vital, como sabe cualquiera que se haya tomado la molestia de leer sus textos sagrados. Por no hablar de los escritos de los modernos padres fundadores. Tal vez el entusiasmo y la diligencia con que los alemanes se entregaron al desarrollo de tan peculiares ideas nos hayan hecho olvidar a quienes ya desde tan antiguo las soñaron sobre la tierra. Por fortuna, para eso está ahora aquí el estado de Israel, para recordárnoslo. Que uno no pueda siquiera insinuar tales verdades sin ser tachado de racista anti-judío da una idea de por dónde van los tiros. Pero bueno, no importa. Siempre nos quedará el consuelo de saber que anti-alemán era un insulto atroz en boca de los jerarcas nazis, y que a los miembros de la resistencia los llamaban terroristas y saboteadores.
